Julio
nació el 11 de diciembre de 1899 en Buenos Aires. Fue en una casona de la
calle Piedad (hoy, Bartolomé Mitre) al 2000, en el barrio de Balvanera, como
segundo de trece hermanos. Era una familia de origen italiano: su madre,
Mariana Ricciardi Villari, y su padre fue José De Caro De Sica. Se dice que
estaba emparentado con los ancestros del cineasta Vittorio De Sica, y deseaba
para sus hijos una carrera universitaria y una formación musical académica.
Antiguo director del conservatorio del Teatro della'Scala de Milán, don
Giuseppe decidió que Julio estudiara piano y su hermano Francisco violín, y
el mismo padre empezó a enseñarles (Julio empezó ese aprendizaje musical a
los 6 años de edad, al mismo tiempo que sus estudios primarios).
El
padre de familia tenía un Conservatorio y casa de música que se fue mudando
a los sucesivos domicilios de los De Caro: Defensa 1020 y Catamarca y México.
Y para él y sus afanes de música “clásica”, nada debían hacer los
miembros de su familia alrededor de esa música profana que ya se expandía
desde los arrabales: ¡nada de tangos! Pero los niños ya al poco tiempo
empezaron a rebelarse: Francisco y Julio intercambiaron sus instrumentos.
Julio se “afanó” algunas partituras tangueras del negocio de su padre,
como “El pibe” y “El morochito” (los dos de Vicente Greco), y aprendió
las melodías de memoria sin que se enterara el cabrero de don Giuseppe.
Julio también estudió un poco con Francisco, que era un año mayor que él. Vale resaltar que esa familia resultó, además de numerosa como solían ser las familias por entonces, muy musical, porque fueron cinco los hermanos músicos: además de los ya mencionados, también hacían música (tocando violines) Emilio, José y Alberto.
Julio
a los 13 años ya daba clases de teoría, solfeo y violín. Pero el tango lo
fue copando desde chico, y llegó una noche a sus 17 años que, sin explicar
la verdad, se fue con amigos a ver tocar a Roberto Firpo al Palais de Glace, y
los amigos hicieron que Julio conociera a ese famoso pianista, que lo invitó
ahí mismo a que toque con su orquesta, asombrándose porque el adolescente
violinista interpretó tres contracantos diferentes, cada vez que se tocaba la
primera parte de “La cumparsita”. Y para completar, en una de las mesas
estaba Eduardo Arolas (el “Tigre del Bandoneón”, ver su biografía en la
AquíDEVOTO de octubre de 2005, o buscarla en www.acercandolosbarrios.com.ar
temas de Cultura), que al toque lo contrató para sumarse a su cuarteto. Además
de Arolas con el bandoneón y Julio con el segundo violín, estaban el
pianista José María Rizzuti, y Rafael Tuegols como primer violinista.
Las actuaciones eran para Julio escapadas nocturnas, sin avisar al padre, que
al poco tiempo se enteró y lo echó del hogar. Sin embargo, continuó
actuando con Arolas, y vivía con sus abuelos maternos. Cuando éstos se
mudaron tan lejos como Villa Ballester, el joven debió irse a una pensión, y
Arolas también lo alojó. Francisco también estaba exiliado del hogar; junto
a él fue como Julio se inició en la composición: en 1917 crearon “Mala
pinta”, un tango-milonga que a los pocos meses estrenó Juan Maglio
“Pacho” y además sumarían a sus repertorios Firpo, Arolas y Augusto
Pedro Berto.
En
1919 pasó al cuarteto de Rizzuti, donde también estaban Pedro Maffia
(bandoneón) y José Rosito con el otro violín. Por entonces compone
“Tiny” (con Maffia) y “Pulgarín” (con Rizzuti). Al separarse el
grupito, De Caro se sumó a la Orquesta Típica de Osvaldo Fresedo y
luego, en 1921, tuvo su primera experiencia como director, y nada menos que
frente a una Orquesta con 56 músicos, para presentarse en los carnavales en
el Teatro San Martín (que no era el mismo que el actual).
Luego
integró el “Cuarteto de Maestros” que dirigía el pianista y compositor Enrique
Delfino; también, la orquesta del bandoneonista uruguayo Minotto Di
Cicco (alias “Mano brava”), con la cual se presentaron en Montevideo.
Al regresar a Buenos Aires, Julio De Caro se sumó al sexteto de otro pianista
y compositor, tan importante o más que Delfino en la creación por esos años
del tango-romanza (inicios de la Guardia Nueva): Juan Carlos Cobián. Este
sexteto lo completaban Maffia y Luis Petrucelli con los bandoneones, Agesilao
Ferrazzano con el otro violín y Humberto Constanzo con el contrabajo (además
de Cobian en el piano y dirección).
A
fines de 1923, Cobián viajó a Estados Unidos, abandonando al grupo, en base
al cual De Caro constituyó su primer sexteto, llevándose a los
bandoneonistas y sumando a Ruperto Leopoldo Thompson al contrabajo y a
sus propios hermanos Emilio y Francisco. Así nacía el Sexteto
de Julio De Caro, que sería importantísimo para el nuevo salto evolutivo del
Tango Argentino, que lo influenció durante décadas, incluso hoy sigue
vigente. Al poco tiempo, Petrucelli fue remplazado por Pedro Laurenz,
otro bandoneonista que, junto a Maffia, influyeron en todos los bandoneonistas
posteriores (incluido el más revolucionario: Piazzolla), y serían recordados
entre los más grandes como “los dos Pedros”.
De
Caro fue un violinista que sobresalió siempre más por su concepto que por su
técnica. Con su sexteto revolucionó al Tango con varias innovaciones:
introdujo el “arreglo”, los solos instrumentales (inspirado en la
modalidad del jazz) y las variaciones; en el piano, Francisco De Caro ya no sólo
acompañaba con ritmo (como hasta entonces) sino que acompañaba con armonías
a la melodía; los bandoneones se lucían con interpretaciones virtuosas inéditas
a la fecha, y eso aún sin perder la fuerza tanguera; incluso el mismo Julio,
sin ser un destacado virtuoso de su instrumento, tocaba un curioso violín-corneta
que se había hecho armar (sí, una corneta adosada al violín, como
amplificador que a la vez le daba un sonido especial y que resultó una clave
principal para identificar inmediatamente el sonido de su sexteto), y que a lo
largo de las décadas fue motivo de que perdiera la audición del oído que
quedaba pegado a la corneta.
Esenciales
para expresar esa nueva idea, la “decareana”, fueron los tangos que el
mismo De Caro compuso e interpretó, como “Boedo”, “Tierra querida” y
muchos otros. También importante fue el aporte de su hermano Francisco como
compositor, pues creó varios tangos, incluso algunos de los de línea romántica
más admirados desde entonces, como “Flores negras” o “Loca bohemia”.
El conjunto iba y venía de la desfallecida pasión de los tangos de Francisco
a las pinturas de paisajes y personajes urbanos de los de Julio (como “Boedo”,
“Chiclana”, “El monito”), con una ductilidad nunca vista antes.
Fundamentales,
asimismo, fueron composiciones de Pedro Laurenz, que aportó tangos
inmortales, como “Risa loca” o “Mal de amores”. De todos modos, en su
inmenso repertorio, Julio De Caro nunca olvidó a los grandes compositores
ajenos a su grupo, anteriores o contemporáneos, reinterpretando sus obras con
su propio concepto. Este nuevo sonido fue un quiebre en la historia del Tango:
a todo lo anterior a De Caro (en lo instrumental) y a Gardel (en lo vocal) se
lo llamó Guardia Vieja, y a todo intérprete y obra evolucionada tras
los pasos de De Caro se lo llama Guardia Nueva. Hubo y hay otros que
siguieron haciendo tangos al estilo de la Guardia Vieja, pero se los llama
“tradicionalistas”; en todo caso, hacen su propio desarrollo, pero
evolucionando entre límites mucho más restringidos (acotados a los primeros
sonidos del Tango).
En
1924 el Sexteto De Caro empezó a grabar.
El primer disco (de aquellos de “pasta” de 78 r.p.m. y que incluían
espacio solamente para una obra de cada lado, con lo cual se asemejaban a los
posteriores “simples” de la era del LongPlay) fue el Victor 79.508 con su
tango “Todo corazón”, en el lado A en versión instrumental, y en el B,
cantado por Carlos Marambio Catán. Ese mismo año, hizo su propia grabación
del mismo tango el gran Carlos Gardel. Otro de los primeros discos fue
“Pobre Margot”, otro tango de Julio. A lo largo de 30 años grabó 420
obras (aunque algunos coleccionistas afirman haber hallado alrededor de 20 más).
El grueso de su discografía se concentra entre 1924 y 1932, y tuvo dos
grandes series: la del sello Víctor, hasta 1928, y la de Brunswick, desde
1929.
El
estilo del Sexteto de Julio De Caro mantuvo la esencia del tango arrabalero,
bravío y lúdico de los iniciadores, pero en aleación con una expresividad
sentimental y melancólica tal que era desconocida hasta entonces. Sus
versiones resultaban a veces remolonas, y a veces vívidas. Produjo así casi
un milagro: reconciliaba la raíz criollista con la influencia europea. La
mayor formación académica del gran creador, le permitió definir su mensaje
con un lenguaje musical depurado, de seducción irrepetible.
En
1933, De Caro ingresó en una etapa de experimentación con masas orquestales
ampliadas (por ejemplo, su Orquesta Sinfónica, y su Orq. Melódica
Internacional) y nuevos timbres (vientos, percusión), que en realidad
hicieron más confusa su propuesta.
Luego
regresó a sus propias fuentes, para bien de todos, ya que el Sexteto fue su
mejor formación.
Entre
1949 y 1953 llevó al disco 38 temas para el sello Odeón. Podemos considerar
a esa serie como un magnífico legado sonoro, en el que vuelve sobre grandes
obras que ya había grabado (pero con medios técnicos más precarios), e
incluye algunas novedades. Por ejemplo, “Aníbal Troilo”, emocionante
homenaje en tango al gran bandoneonista, director y compositor. También
escribió el tango “Osvaldo Pugliese”, para quien fue su máximo epígono,
y “Piazzolla”, tributo al otro gran revolucionario del tango (y que
Piazzolla retribuyó con su maravilloso “Decarísimo”, ya en 1961).
Lamentablemente, de esas dos obras dedicadas no hay registros fonográficos
por su autor.
Como
compositor, Julio De Caro dio muchos y buenos tangos. Además de los ya
mencionados, va una somera lista: “Tierra querida”, “Buen amigo”,
“El arranque”, “La rayuela”, “Guardia vieja”, “Copacabana”,
“Moulin rouge”, “Loca ilusión”, “Fuego”, “Batida nocturna”,
“El Tigre del bandoneón”, “El mareo”, “Al Buenos Aires que se
fue”; y los compartidos “Mi queja”, “El bajel” y “Colombina”
(con su hermano Francisco), “Mala junta” y “Orgullo criollo” (con
Laurenz). También, “Calla, corazón, calla”, de 1954, con letra del
querido Ben Molar.
Luego
de los años ’50, Don Julio fue quedando un poco marginado de la evolución
del tango, por su apego al decarismo histórico en lo instrumental, pero quizá
más aún por su dificultosa asimilación del papel central del cantor en las
orquestas desde 1940. No es casual que, en la famosa década de auge del
tango, los “dorados” 40, De Caro estuviese cinco años sin grabar. Pese a
esto, en aquellos años, entre los bailarines su orquesta estaba considerada
como una más, pero entre las más importantes.
Tras completar más de 80 años de vida y más de 20 años produciendo un estilo indispensable para el Tango, Julio De Caro falleció en Mar del Plata el 11 de marzo de 1980. Para quienes gusten de nuestra música porteña y aún no conozcan sus grabaciones, es muy interesante que las escuchen. Hoy y siempre será así.